El ciclo tecnológico

Situado en Cerdanyola del Vallès, junto al campus de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), el edificio del sincrotrón Alba recuerda a una caracola semienterrada en la arena. Una concha de 22.870 metros cuadrados que guarda en su interior una delicada maquinaria. El corazón de la instalación está formado por tres aceleradores –uno lineal y dos circulares–. En ellos los electrones rozan la velocidad de la luz (99,999998%) hasta que emiten la llamada luz de sincrotrón –radiación de rayos X–. Se trata de una luz con una longitud de onda muy pequeña. La luz visible no permite observar los átomos y las proteínas, ni cualquier estructura que mida menos de 300 nanómetros –un nanómetro es un millón de veces menor que un milímetro–. En cambio, la luz de sincrotrón iluminará estas partes minúsculas de la materia que el ojo humano no ve.
Alba también destaca por el diseño del edificio –la concha–, a cargo del estudio de arquitectura Master. Sus responsables apostaron por la integración de la instalación en el paisaje y, a diferencia de otros sincrotrones, dotar de luz natural sus espacios. La adecuación del edificio a los requisitos del sincrotrón –la máquina– han supuesto todo un reto de ingeniería y arquitectura.
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